Hoy no quiero explicar, quiero contar. Y os quiero contar la lección que aprendí del profesor de Universidad Juan Miguel Monterrubio Prieto.
Imagen extraída de Shuttershock
Cursaba cuarto de Filolofía Hispánica en la Universitat de les Illes Balears (UIB) y una de las asignaturas más difíciles de la carrera estaba precisamente en este curso. Se trataba de la asignatura de Gramática Histórica. El profesor que la impartía era el profesor Monterrubio, un docente que ya me había dado en primer curso la asignatura de Morfología Española. Debo confesar que al saber que era él y no otro el profesor que iba a dar este «coco» de asignatura me alegré, porque en primer curso ya me había causado muy buenas sensaciones, pese a su juventud.
A día de hoy debo confesar que no recuerdo casi nada de lo que aprendí sobre aquella asignatura, ya que no he tenido la ocasión de aplicarlo en mis sesiones lectivas. Pero lo que sí recuerdo fue la lección que me dio el día del examen final de junio.
Este examen final de junio consistía en aplicar la evolución histórica de un vocablo en latín hasta su evolución al castellano actual. Debo decir que me había preparado el examen a conciencia y me sentía capacitado para aprobar.
En esto que llegó el día del examen y el profesor Monterrubio nos dio la palabra en latín a la que debíamos aplicar su evolución lingüística desde el punto de vista de la gramática histórica. No voy a entrar en detalles sobre la evolución de la palabra. Sólo deciros que el resultado final me dio la palabra «pollo».
Al finalizar del examen debo decir que me sentía satisfecho con la prueba que había realizado así como la evolución de la palabra que había llevado a cabo. Al salir del examen hice lo que todos, preguntar a los compañeros qué palabra les había resultado del témino en latín. Y ahí mi sorpresa al ver que a una parte considerable de mis compañeros les había dado como resultado final la palabra «poyo» y no «pollo» como a mí. Lo cierto es que al revisar mis apuntes me di cuenta de que en un momento de la evolución del vocablo latino había cometido un leve error que hizo que la palabra evolucionara diferente. En aquel momento el mundo se me cayó encima y ya me estaba viendo yo pasando las tórridas tardes de agosto encerrado en mi habitación con los apuntes y manuales de Gramática Histórica.
Al cabo de unos días el profesor Monterrubio publicó los resultados del examen. Yo fui a la Universidad resignado. Cuando me acerqué al panel donde figuraban las notas del examen, busqué mi nota. Había obtenido un 7.
La historia es totalmente real, así como la asignatura, el profesor y la calificación. En ese momento en que vi la nota me alegré muchísimo, pero también debo decir que estaba totalmente desconcertado porque, ¿cómo era posible que me hubiera aprobado si el resultado final de la palabra no era el correcto?
Y aquí es donde viene la moraleja de esta historia.
Moraleja.
La moraleja de esta historia no la aprendí el día en que vi el 7 en el tablero de notas de la facultad. La moraleja la aprendí años más tarde como docente y es la que os quiero contar a continuación.
Lo que me enseñó el profesor Monterrubio es la importancia de evaluar todo el trabajo realizado por un alumno a lo largo de un curso o una evalución. Es cierto que en la Universidad en muchas asignaturas te la jugabas a una carta, en un solo examen, pero no sucede así en los cursos que yo imparto con adolescentes.
La nota que me puso el profesor Monterrubio me sirvió para darme cuenta de que hay que evaluar continuamente a nuestros alumnos durante toda la evaluación. Hay que esforzarse por tener el mayor número de observaciones de cada uno de nuestros alumnos. Hay que evaluar su comportamiento, su actitud hacia la asignatura, su relación con los compañeros, sus deberes, ejercicios, pruebas, trabajos, reseñas, exposiciones… y, por suspuestto, sus exámenes. Pero lo que también tengo claro es que todas las notas tienen su importancia en el momento en que las recoges en tu cuaderno de notas. Poniendo unas veinticinco notas u observaciones por evaluación, haces posible que un alumno tenga un mal día sin que pague muy caro por ello en la evaluación. Además, si obtenemos durante la evaluación un número considerable de notas y observaciones, la nota que saque de los exámenes de cada Unidad Didáctica no será en absoluto definitiva, sino una nota más de su proceso de enseñanza-aprendizaje. Cada evaluación contemplo con sorpresa como algunos compañeros cambian la nota de la evaluación porque esa misma mañana un alumno les ha entregado una reseña o unos ejercicios en el último momento. A mí me sorprende mucho este hecho, porque el peso de la evaluación o la importancia que se da a las notas no depende de la notas en sí, sino del momento en que se evalúan.
El profesor Monterrubio me enseñó que el resultado final no lo es todo. Monterrubio valoró por igual el esfuerzo que había hecho desde el principio y también valoró que había sido coherente a la hora de aplicar la evolución de la palabra. Se dio cuenta de que dominaba las principales reglas de la gramática histórica y que poco importaba si era «poyo» o «pollo» el resultado final de la palabra. El examen que realicé con Monterrubio constituyó para mí mi pequeña odisea. Muchas fueron las horas de viaje en mi habitación remando a contracorriente con mis libros de gramática histórica. Muchos fueron los combates que lidié con normas y excepciones a semejanza del monstruo Caribdis. Pero como Ulises, conseguí llegar a mi Itaca para contemplar al cabo de unos años que lo importante no es el resultado de la última prueba del último examen, sino lo que se ha aprendido durante el camino para llegar a ese examen. Gracias, profesor Monterrubio.
No puedo hoy acabar esta entrada que no sea haciendo referencia a la Odisea a través de un poema enorme titulado Itaca, de Constantino Cavafis. Toda una lección, como la que yo aprendí del profesor Monterrubio…
Itaca
Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.
(Constantino Cavafis, 1863-1933, Poesías completas, XXXII)
Lifelonglearner says
Interesante reflexión y precioso poema.
Gloria Villarroya says
Por suerte, todos hemos encontrado algún profesor que te ha dado una lección de este tipo más allá del contenido curricular de la materia. Siempre les comento a mis alumnos que en tercero de carrera, cursaba Física Cuántica con un magnífico profesor el Dr. Bernabeu,. Su trayectoria como investigador era impresionante y su prestigio estaba reconocido internacionalmente. Cuando nos comentó las notas de su examen, dejó la mía para el final y mirándome fijamente me dijo, » Señorita, si puntúo su examen, la nota que obtengo no llega al aprobado, pero cuando leo su examen la sensación que tengo es que ud. sabe de esto más que suficiente, así que , está aprobada» y a continuación siempre les añado, si todo un catedrático, de fama internacional, es capaz de evaluar a un alumno más allá de un prueba, ¿quien soy yo para no hacerlo?.
Un saludo
Manuel F. Carro says
Nunca es tarde si la dicha es buena. Me encanta cuando los españoles se caen del burro.
Santiago says
Gracias Manuel. Hay lecciones que a uno le acompañan toda una vida. Esta es una de ellas 😉